LA SEÑORA SOLEDAD

En una noche fría de otoño, cuando en la calle las hojas secas danzaban al son de la música del viento sur y en el cielo reinaba hermosa como siempre la luna llena, la Sra. Soledad golpeó a la puerta de mi casa; cuando la vi tan triste y con poco abrigo, me dio pena, le dije que pasara, le ofrecí un café y nos pusimos a charlar.

La Sra. Soledad me contó que está muy ocupada cada noche, visitando los hogares donde los esposos no se hablan, los hijos se ignoran, los abuelos son abandonados; también me dijo que visita los hospitales, donde el llanto, el dolor, es más intenso por la noche; las cárceles donde hombres y mujeres presos en sus muros, anhelan abrazar la libertad.

Mientras saboreaba su café, me miraba con curiosidad, dijo ella que algo diferente había en mi vida, que yo no necesitaba de su compañía, que otra persona estaba conmigo siempre, que su perfume inundaba el lugar.

De pronto se puso en pie, se despidió de mi y la vi alejarse calle abajo, con su cuerpo encorvado por los años, sus pasos cansinos y su melancolía de siempre.

Hace años, en una noche igual a esta, con mi corazón herido, mis lágrimas corriendo, alguien golpeó a la puerta de mi vida, se sentó a mi mesa, sano mi alma y se quedó conmigo.

El es todo un caballero, es dulce, tierno, lleno de cariño, su nombre es Jesús; cada día camina conmigo y cuando el sendero está alfombrado de cardos y espinos, me toma en sus brazos y me da su abrigo.-