“Dios nos ha regalado la vida, por lo tanto debemos cuidar tanto la nuestra como la del prójimo, lo cual nos asegurará un mejor mundo”

domingo, 23 de noviembre de 2014

Una taza de te

Un hombre calvo y demacrado, se hallaba en su cama de hospital. Su cara pálida denotaba el reciente trasplante de médula ósea. Padecía de leucemia. La enfermera Hanne se le acercó, lo saludó y le preguntó si quería sopa, toscamente respondió que no, que solo deseaba morir. Al rato Hanne le llevó su medicación. La tomó con mala cara y volvió a hundirse en la almohada. Hanne fue a la cocina del hospital y se preparó una taza de té, la colocó en una bandeja y al lado puso otra. Entró al cuarto y preguntó a aquel enfermo: “¿Puedo tomar aquí mi taza de té? Quisiera ver las noticias acá mientras tomo mi te”. 
“Por supuesto que puede quedarse, si así lo desea”. Respondió el enfermo. Ella encendió el televisor mientras le decía: “Traje una taza extra por si quiere te”. “Sí. Sírvame el té, por favor”. Respondió el paciente. Al día siguiente, Hanne volvió con la bandeja y dos tazas y así lo hizo por una semana. A los pocos días, ya restablecido, el hombre se fue para terminar el tratamiento  en su casa. Cuatro meses más tarde, Hanne estaba en un centro comercial, y de repente oyó una voz potente: ¡Hanne, que gusto verla!”. La enfermera lo reconoció de inmediato. Era el enfermo de la taza de té. Él la abrazó y presentándole a su esposa, le dijo: “Ella es Hanne, la enfermera que me salvó la vida con una taza de té”.

Pequeños gestos pueden realizar grandes milagros. No tenemos ni idea de lo que Dios puede hacer con lo poco que tenemos a mano. Pueden ser dos panes y dos peces, una simple vara, o solo dos moneditas, pero con el aderezo de un corazón que se alegra al dar; puede suceder lo inesperado, lo grandioso, lo imposible. Dios no mira cuanto des o cuanto tengas, sino con cuanto te quedas. Puede ser que sea poco, pero cuando lo poco que tienes lo usas para bendecir a otros, para Dios significa mucho.-




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