La familia caminaba con toda calma. Era una familia típica, compuesta de padre, madre e hijo. No se supo qué salieron a hacer: si era que iban de compras, o de visita o sencillamente de paseo. Lo cierto es que caminaban en paz, tomados de la mano, charlando sobre asuntos de importancia para ellos. Por las venas de los tres corría la sangre de Abraham, el patriarca de los judíos.
De repente se oyó un estampido y se vio un fogonazo deslumbrante. Al mismo tiempo se oyó un silbido aterrador de los fragmentos de piedra y de metal que volaban en todas direcciones. Era una bomba, y la bomba había estallado a sus pies. Padre, madre e hijo murieron al instante. Se calificó de un atentado terrorista más, propio de los tiempos de inquietud política y racial, tan común que la mayor parte del mundo ni cuenta se dio.
El único detalle sobresaliente del trágico suceso fue este: Ocurrió en la ciudad de Belén un día 24 de diciembre: Belén de Judea, el pueblo donde nació Jesús; el 24 de diciembre, la fecha en que se conmemora su nacimiento.
¿Cómo se explica que en ese sitio frecuentado por turistas del mundo entero, el lugar donde hace más de dos mil años los ángeles cantaron: «Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz a los que gozan de su buena voluntad», muriera en una Nochebuena toda una familia que sólo buscaba la paz y la buena voluntad del prójimo?
Fue, por cierto, en ese mismo lugar, hoy convulsionado por divisiones políticas, raciales y culturales, que unos pastores que cuidaban sus rebaños en la noche oyeron la voz de un ángel que les dijo: «No tengan miedo. Miren que les traigo buenas noticias que serán motivo de mucha alegría para todo el pueblo. Hoy les ha nacido en la ciudad de David un Salvador, que es Cristo el Señor.»
¿Qué habría pasado si aquella noche maravillosa un atentado terrorista hubiera estremecido la ciudad de David? ¿Qué habría ocurrido si una bomba como las que vemos hoy, con tanta frecuencia que son hasta comunes, hubiera hecho volar el pesebre de Belén, destrozando los cuerpos de José, María y Jesús? No sólo que habrían muerto los personajes principales de la Navidad que actualmente celebramos, sino algo aun más personal: la humanidad no tendría salvación; no habría salvación para ninguno de nosotros.
Jesucristo, el Hijo de Dios, no moriría destrozado por una bomba; pero para ser nuestro Salvador sí tenía que morir. Por eso murió treinta y tres años más tarde en la cruz del monte Calvario en las afueras de Jerusalén, tal y como se había profetizado. Pero su muerte no fue una tragedia; fue la salvación de toda la raza humana.
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